Sergio Soler Bahía Blanca – Bs. As. - Argentina
Del Poemario titulado “Cardinales”
(De los
puntos cardinales)
I
- Australes
La vastedad…
El viento, permanente e inmanente.
Dos horizontes. El de adelante, telúrico
El de atrás, verdeazulmarino
La Cruz del Sur, arriba. El ángel guardián.
Y nuestros pies prestos a pisar
arena
lodo
piedra
tierra santa.
Esta geografía austral somos.
II – Sur
El Sur
insiste.
Se empeña
en imponer presencia.
No se
agazapa en los rincones porque no los
tiene
de tan
grande que es
entre el mar y la montaña.
Se estira
hasta dolernos.
Y en su
ventosa reciedumbre muestra más que
la belleza
abrumadora, silente, fantasmagórica.
Esa que
estuvo antes de nuestras pisadas y permanecerá al fin de la finitud.
El Sur
tiene una cruz y el frío y el viento y el futuro.
El Sur nos
apuntala,
Nos
desabriga las pieles y las almas,
Para
recordarnos nuestro lugar en el mundo,
para
volvernos a la conciencia de la pequeñez
y
amigársenos lacónicamente.
El Sur,
cabeza dura, está al alcance de nuestras manos y pies
Obligándonos
a repensar la argentinidad.
Insiste el
Sur. Como un poema al acecho.
Siempre…
III – Norte
Cada tanto
el Norte, casquivano,
baja a mi
Sur de intemperie
y me aroma
de albahaca, poleo, tomillo, cedrón y otras salvajes verdades frutales.
Me trae
desde arriba esa entremezcla de mistol y aloja
y
repiquetea una chacarera legüera
para
espolear mi malambo cansino.
El Norte
inunda historia de batallas y revoluciones
que se
quedan aquí,
entre
nuestras leyendas no escritas porque las borraron vientos militares.
El Norte
dibujado de
tantos árboles y montes
parece
apretarse y apretarse contra este Sur de espera.
Entonces lo
monta en pelo, le deja al Sur el derecho del bufido
y parte
rampante en galope incierto y desenfrenado
hacia un
cielo festivalero.
Juguetea el
Norte, impaciente, porque sabe que el Sur lo contiene.
Hay un
ramillete norteño de colores, calores, selvas y bestias
que no
claudicarán ni siquiera ante la muerte,
si es que
la muerte significa el fin,
en un Norte
infinitamente vivo.
---
(De las
mujeres cardinales)
I
Ella pulsó
cuerdas recónditas
y mis alas
volaron mediterráneas,
índicas,
atlánticas,
pacíficas,
bálticas…
Apisonó el
ansia germinal y entonces me afiancé molino.
Pero fueron
sus palabras azules las que obraron el conjuro:
el de ser
hombre-raíz-tierra
y
pez-pájaro-distancia.
Con un solo
alma para tanto continente.
II
Este domingo de piel con piel
avizora futuros remansos a tu lado irrenunciable.
Este domingo anclado a tus piernas
desbarata cualquier zozobra
y me hace hombre y más hombre.
Este domingo de alientos entremezclados
revive el origen de todos los orígenes.
Mientras tanto,
cada gota de amor se esfuma y nos subleva
pero cada gota de amor se infunde y nos agiganta.
Este domingo, sumatoria de todos los domingos amantes,
es finalmente nuestro.
Ponencia-Soler
En homenaje a Héctor Pedro Soulé Tonelli
Introducción
¡Qué
se puede decir, criticar o analizar de la obra de Coqui Soulé Tonelli que no
haya sido hecho por colegas suyos de La Argentina y hasta de otros países!
Nombrar a Soulé Tonelli --al que todos identifican como “Coqui”, el
apodo familiar que se ganó cuando aconteció su desgracia física que lo
transformó en un “cuquito”-- es epitomizar la poesía local (del partido de
Coronel de Marina Leonardo Rosales, en el sur de la provincia de Buenos Aires)
proyectada a todo el país y el continente porque es uno de los grandes, sino el
más grande, de los autores rosaleños. Pero vamos a decir uno de los más grandes
solamente a sabiendas del enojo que el propio Coqui tendría si se enterara de
tal calificación.
De
hecho le tocó contemporizar con otros grandes de la literatura bonaerense como
don Aristóbulo Bambill, don Carlos Vázquez Guerrero, (todos se han referido a
ellos con este título de respeto), Nelly de Miras, Vio Rivera, Eleonora Muradás
de Sandrini, Nilda Sisul.
Varios libros y poemarios publicados hablan por sí mismos de la
fructífera obra literaria de este escritor discapacitado a quien la
quasi-inmovilidad no le impidió conocer el mundo, y escribirlo y describirlo
solamente como un poeta cabal puede hacerlo.
“Conmociones del Éxtasis” --su opera prima a la que aborreció y después
de publicada borró de todos sus catálogos biográficos--,“Tango Abierto”,
“Cantos hacia la Épica”, “De Paso y el Libro del Crucifijo”, “Versos Para mis
Sobrinos Nietos”, “Convergencia”, “Paso de Dos”, entre el material publicado,
más una gran cantidad de antologías con trabajos de su autoría, más una
frondosa colecticia de poemarios inéditos, más una inestimable colección de
escritos, ensayos, tratados y cartas, más una permanente predisposición hacia
el arte de las letras hacen de Soulé Tonelli el autor más importante, al menos
en la segunda parte de este siglo en nuestra ciudad y la región.
Lo
certifica la correspondencia, que comprende a las críticas y dedicatorias de
colegas suyos de la talla del Padre Leonardo Castellani, el anatematizado
jesuita autor de inolvidables cuentos policiales; de don Arturo Jauretche,
autor, entre otras obras del más que necesario “Manual de Zonceras Argentinas”;
de los historiadores, críticos y ensayistas Luis Soler Cañas y Fermín Chávez;
del poeta Horacio Castiñeira de Dios, alguna vez director de la Biblioteca
Nacional Argentina; del excelso bandoneonista y compositor Astor Piazzolla; y
de tantos artistas de renombre.
Héctor Pedro Soulé Tonelli, además, ha compuesto la letra de temas
folklóricos, de canciones religiosas y de tangos, varios de ellos musicalizados
y de arraigo popular. Se destaca entre ellos, una cantata titulada “Punta Alta,
Ciudad de mis Desvelos”, obra oportunamente orquestada y arreglada para su
interpretación con coros y distintas formaciones musicales.
Su
obra de alto contenido filucial, con el amor de Dios ante todo, refleja
esencialmente la felicidad por la vida aun a pesar de tanto sufrimiento como en
su caso, de la que no escapa, por supuesto ni el patriotismo, ni la defensa del
acervo nacional, ni el compromiso político.
La
cultura rosaleña en particular, y bonaerense y nacional, en general, han
conseguido que alguna vez existiera una casa entronizada con el nombre suyo.
Los vaivenes políticos y las malas administraciones del área de cultura
propiciaron tanto la desaparición de su casa como de su nombre.
Pero
la memoria la memoria popular ya lo ha incorporado como aquel chico que iba a
la infaltable cita de la misa de los sábados por la tarde llevado por sus
padres.
Apenas
por estas razones este homenaje es más que merecido.
Desarrollo
(Discurso presentado en ocasión del estreno de su obra
musical, la cantata “Punta Alta, ciudad de mis desvelos”, musicalizada por el
maestro Alberto Tramontana)
El 21 de febrero de 2002 “Coqui” Soulé
Tonelli hubiese cumplido setenta y un años uno de los poetas más grandes del
país, Héctor Pedro Soulé Tonelli. La consideración de grande no es una
exageración si se accede a su prolífica obra.
Ocurre con "Coqui" -éste es el
cariñoso mote que se supo ganar desde el
instante mismo de su nacimiento y con el que lo llaman quienes lo conocen-, que
ha sobrellevado el tremendo estigma común a muchos otros escritores, muchos más
de lo que los lectores de este artículo se imaginan: ha nacido y vivido en el
interior del país.
No es un autor que ha publicado en las
editoriales capitalinas y su rostro difícilmente sea visto en la televisión o
en algún medio gráfico, algo que, por otra parte a Coqui no le interesa en
demasía. Es más, Coqui no ha visitado nunca a Buenos Aires. Jamás salió de su
Punta Alta natal. En realidad, pocas veces salió de su casa. Apenas los sábados
por la tarde para ir a misa, para alguna fiesta familiar o para encontrarse con
amigos. Desde la muerte de sus padres, no ha cruzado la puerta de entrada.
Sin embargo, lo ha sobrellevado con
dignidad y hasta con orgullo, siguiendo el ejemplo de su entrañable amigo, el
padre Leonardo Castellani, también condenado al ostracismo. ¡Qué injustos hemos
sido a veces los argentinos!
Se reconoce en la obra literaria de Coqui
un eje temático alimentado por cuatro vertientes claramente identificables: la
política, y su sincera adhesión a los postulados de Juan Domingo Perón y al
ideal justicialista; La Patria, y especialmente la cuestión del caudillaje
sobre la cual Coqui es uno de los eruditos; la familia y, por sobre todo, su compromiso con la Fe y la
Iglesia Católica Apostólica Romana.
La doctora y licenciada en letras de la
Universidad Nacional del Sur, Mercedes Paglialunga de Tuma, docente, doctora en
letras de la Universidad Nacional del Sur, profesora erudita en literatura
española medieval y otra gran poeta que integra las huestes de los escritores
desconocidos; y el historiador Fermín Chávez, coincidentemente han dado en
llamarlo "El poeta de la Patria", y así se lo reconoce por su obra en
varios países latinoamericanos y europeos,
No obstante, Coqui descree de estos elogios
y se solaza con la lectura de algún libro de su inapreciable biblioteca o con
el ritmo de algún tango o pieza clásica, también de su colección, al tiempo que
saborea una medida de buen vino tinto, ya que el placer de la pipa le fue
negado después de su infarto.
Dada su condición, hay que darle vuelta las
páginas cuando avisa que ha terminado de leerla, o estar atento a la
culminación del disco. Al vino, como a la comida, hay que empujárselo. Y, de
tanto en tanto, cambiarlo de posición. Pero ésa es otra cuestión.
Su primer libro, titulado CONMOCIONES DEL ÉXTASIS --que el propio
Coqui nunca quiso--, publicado en
1958, inició un rosario de poemarios de trascendencia inigualado en la historia
puntaltense. Ese mismo año presentó
TANGO ABIERTO, que apenas pudo calmar su pasión por la política, por cuyo
compromiso también tuvo que pagar las culpas propias y ajenas.
Casi veinte años después, en 1977, produjo DE PASO Y EL LIBRO DEL CRUCIFIJO, y en
1983, CANTOS HACIA LA ÉPICA, que lo
reencontraron con su público. Posteriormente, presentó dos obras en co-autoría
con sus pares y amigos: CONVERGENCIA con
Sergio Soler (1988), y PASO DE DOS, con la poeta y artista plástica VIO RIVERA, (1992).
Con mucho esfuerzo, como casi siempre ocurre
con los escritores del interior del país, regaló a los suyos el poemario
titulado VERSOS PARA MIS SOBRINOS NIETOS,
en 1988.
Además, muchas de sus obras ocuparon el
espacio de los suplementos literarios de los diarios La Nueva Provincia y La
Nación, entre otros, y en revistas de alcance provincial y nacional. Para los
memoriosos, firmaba una columna de la revista Vosotras, muy conocida en las
décadas del 60 y 70.
Esta sucinta relación no contempla la
innumerable cantidad de composiciones folklóricas, tangos --en este caso existe un registro discográfico originalmente en
formato cassette y posteriormente como disco, grabados e interpretados por
profesionales-- y canciones
religiosas, que actualmente se cantan en las misas; ni sus guiones para
programas radiales, ni sus composiciones para actos oficiales; ni sus estudios
y ensayos políticos, históricos y filosóficos.
Algún funcionario local, provincial o
nacional, para el caso es lo mismo, cada tanto se acuerda de Coqui,
especialmente cuando se acercan las elecciones. Alguna vez fue reconocido por
la Sociedad Argentina de Escritores, pero de una filial y no de la casa central
y alguna otra vez se lo premió a nivel
local, regional, nacional e internacional, pero como se dijo anteriormente y en
cumplimiento de la siempre vigente bíblica sentencia de que nadie es profeta en
su tierra, muy pocos saben de su existencia.
Acaso lo más lamentable de esta situación es
que ninguna, absolutamente ninguna obra de Coqui sea leída, al menos como
información, en las escuelas puntaltenses. Pedir que su obra esté incluida en
los programas de estudio de las escuelas del distrito, como lo permite la
legislación educativa bonaerense, ha sido hasta ahora una expresión de deseo.
A sus jóvenes setenta y una años, Coqui
espera resignado "a la maldita muerte que no lo viene a buscar" y
cada tanto charla con su amigo Jesús en diálogos que duran hasta cuatro días
ininterrumpidos.
Quizás antes de partir hacia ese Cielo que
se tiene bien ganado alguien se avenga a editar y difundir sus obras completas.
Mientras tanto, Coqui --ese cuquito
que los puntaltenses veían sacudirse frenéticamente en la misa de los sábados
(porque se me olvidó mencionar que sufre de una profunda discapacidad desde su
nacimiento)-- subsiste como "el
hombre que está solo y espera" de su admirado Scalabrini Ortiz, sentado en
ese carrito con ruedas, su único contacto con el mundo.
Lic. SERGIO SOLER.-
Punta Alta
(de un artículo solicitado por un diario de Río Negro, que, por
supuesto, no fue publicado. Un refrito de este artículo se publicó finalmente
en mayo de 2001, a pocos días del fallecimiento de Coqui Soulé Tonelli).
HECTOR
PEDRO SOULE TONELLI
(del libro DE PASO Y EL
LIBRO DEL CRUCIFIJO - 1977)
Cuando supe
que mi entusiasmo por dar a publicidad la obra del poeta Soulé Tonelli, o como
siempre se lo llamó ¨Coqui¨, terminaría en esta ponencia de Maratónica puntaltense…
revisé mis convicciones al respecto. Y como suele suceder siempre los
recipientes espirituales se abren, realizan sus inventarios y brindan sus
resultados espontáneamente, sin demasiados avisos. Quizás un breve sueño, un
incompleto ensayo antes, para finalmente desembocar en la mirada totalizadora.
Por lo que, alumbrado por esa certeza, recién esta mañana me puse a escribir
esta versión definitiva.
Me había
preguntado por la naturaleza del poeta. Y como la primera respuesta consistió
seguramente en que el poeta vive intensamente, habrá sido necesario preguntar
qué…, cuando no se cuenta con un cuerpo que responda a la intensidad vital…
¿Qué, entonces? Porque éste era el caso de nuestro poeta, cuadripléjico, sin
control ni sobre sus extremidades, ni sobre su cuello. Puro progreso del
espíritu, pura evolución del alma, será entonces la respuesta. Y desde una
silla de ruedas, limitado y sometido por su cuerpo, poetizando como es natural
sólo desde el alma.
Busqué
ejemplos. Recordé a nuestro Florencio Balcarce, con sus pulmones perforados;
pero en él la enfermedad fue fulminante dejándonos a sus veinticinco años y con
muy breve obra. No es el caso de Coqui, que vivió una larga vida y nos legó una
obra importante, que esperamos ver publicada íntegramente. Después recordé a
Rimbaud, con su cáncer de huesos, su pierna amputada, sus restantes miembros
contagiados rápidamente precipitando una muerte dolorosísima. Pero es que el
niño terrible escribió hasta apenas pasados sus veinte años y después se
transformó en un comerciante africano que de sus delirios poéticos sólo mantuvo
un harem de esposas, una de cada raza y color. París seguía revolucionado por
su poesía y él se ocupaba de comercializar armas, para volver sólo cuando no
pudo caminar más.
Además,
Balcarce y Rimbaud viajaron intensamente, sobre todo el último, mientras que
Coqui nunca salió de Punta Alta. Nosotros nos fuimos, hicimos nuestro tránsito
cosmogónico cargando su historia, mientras él estaba aquí. ¿Esperándonos?
Segunda
mitad de la década del cincuenta. Libertadora o ¨libertadura¨. Resistencia
peronista. Gobierno de Frondizi, después. Yo estoy por entonces muy
frecuentemente en la cortada 2 de julio, ya que allí viven, casa de los Peña de
por medio, mis primos Leroy junto a la familia Soulé. Lo veo a Coqui casi
diariamente. Hemos comenzado a conversar con frecuencia desde que mi tía
soltera hermana de mamá ha comentado que ¨este chico está gran parte del día
encerrado escribiendo¨ y que ¨lo que escribe es bastante raro y difícil de
leer¨. ¨Este chico¨ era yo. Son salmos de mis doce y de mis trece años. Salmos
como los que el propio Coqui escribe. Claro que los de él SON SALMOS. Y los
míos son torpes intentos de salmos.
¿Así que
vos escribís?, me pregunta Coqui desde su silla, poco antes de que su papá lo
suba alzándolo al Fiat 1100 gris y celeste, último modelo por entonces…
Sí, le
contesto con el entusiasmo que transmite la fama inesperada. Y al mismo tiempo,
compartiendo la mezcla de impresión y piedad que producía en todos la imagen
del cuadripléjico sacudido por la espasticidad permanente. Me gustaría traerte
algo para que lo veas, agrego.
Me siento
en los sillones de cuerina verde del living de los Soulé. Voy leyendo texto
tras texto y espero la devolución de Coqui. A él lo han alzado de la silla y lo
han puesto en uno de esos amplios sillones, donde evidentemente se siente mucho
mejor. Entonces hay dos especies de reacciones en el poeta. Preguntar por
alguna palabra, por algún verso, por lo que yo quise decir con determinada
línea, o el entusiasmo con bruscos movimientos de cuello y brazos. Esta última
reacción es la que invita a reincidir en la escritura y en las lecturas al
maestro.
Todos hemos
tenido un primer maestro. El mío fue de lujo, aunque sólo lo supe años después.
A comienzos del sesenta y uno me mudé a Buenos Aires. Pero los salmos
siguieron brotando; yo, por entonces albergaba sentimientos místicos y el
proyecto de consagrarme al sacerdocio. Y en los veranos de años siguientes
volví a Punta Alta porque aquí estaban todavía mis mejores amigos, Adrián Tucci
sobre todo, que aún es mi gran compañero, Juan Carlos Confini y Julio César
Ayala Torales, también. Y en esos febreros calurosos, vuelto de la pileta o de
la playa, me sentaba con Coqui a conversar de poesía, le leía mis cosas, después
de dar unas cuantas vueltas, con algún pudor, con mucha timidez. Y él se
preocupaba entonces por demostrarme que yo estaba en camino… En camino.
Yo procedía
entonces de lecturas ingenuas, antes por mi escasa capacidad de comprensión que
por la profundidad de las plumas. De Saint-John Perse, de Herman Hesse, de
Rimbaud, en el mejor de los casos, pero también de Papini y de Escribá de
Balaguer. Todos cabían en la universalidad y en la generosidad del poeta, en
ese escucha de gran resistencia, en el estimulador profesional.
Andando los
años me di cuenta de que yo había sido una compañía para él, que lo había
ayudado aunque más no fuera un poco. Que difícilmente Coqui podría encontrar
chicos o jóvenes de quince o veinte años menos, que lo distinguieran como
maestro, que se franquearan con él, que no le tuvieran miedo o aprensión.
Después se
vivieron años difíciles. Comprobé que mis elecciones eran gravosas, como muchos
de mi generación sintieran en carnes propias. Supe de Coqui por un par de
poemas suyos publicados por un suplemento literario. La poesía y la historia
hacían por entonces una simbiosis sumamente peligrosa; juntas, hacían explotar
la santabárbara.
No volví
más a Punta Alta, hasta ya comenzado 1973. Y entonces estuve presente en dos
dimensiones. Una: la del joven confundido que condena todo lo que en los pobres
parámetros de su definición no es revolucionario. Y otra: la del observador
proyectado hasta sus cincuenta años que comienza a escribir la novela de su
vida. Y que extrañamente parece haber vivido siempre en Punta Alta.
Coqui Soulé
era entonces un personaje importante, insoslayable en la pictografía popular,
formador de la conciencia cívica. Y aunque nunca se había sentado en El
Central, en mi novela apareció compartiendo una de las mesas con Quique, el
puntaltense aporteñado; Luisito, el revolucionario del PRT que no puede sino
condenar el nacionalismo como derecha extrema, y Esteban, el peronista de
principios que brega por la unidad del movimiento desde la CGT de los
argentinos.
¨… Era un tipo
brillante. Muy enfermo, aceptaba las complicaciones que le imponía su cuerpo
encabritado y dolorido. Entusiasmado con todo proyecto lírico o histórico que
le pasara cerca. Muchos lo miraban con pena al verlo pasar en su silla,
conducido por su papá, que tenía una pierna dura, resabio de un accidente en la
base, o como hoy, por su mamá.
Pero por
sobre todo, era impune. Los cancerberos de la fusiladora decían haberle
comprobado mil y una conspiraciones contra el poder constituido por la fuerza,
pero jamás habían podido conciliar su espasticidad con la cárcel. Cuando iban a
buscarlo, la mamá se ponía a vociferar contra estos peronistas amigos tuyos que
van a lograr que vayas preso, pero él se mantenía sereno, seguro de que aunque
civil puntaltense, era raramente intocable (…) Claro que era un nacionalista
esclarecido, como diría Esteban. Atrás habían quedado los tiempos en que se
sumara románticamente a los jóvenes católicos sedientos de acción que habían
fundado la primera Tacuara. Aunque Luisito no se diera por aludido de ese paso
inexorable del tiempo, de que los colores cambiaban porque envejecía la tela o
porque se añejaba la bebida noble (…) Al salir del Central, Quique fue marcando
el compás tanguero con los pies. En sus oídos sonaban los versos del Coqui
Soulé, fuertemente sustantivados, casi sacramentales, de alto vuelo:
“Evoco aquel que fuera su tablado
y que tenía un aire de balcón,
al son de cuya zurda en el teclado
volcó Di Sarli el aguarrás de su canción”.
(Del tango “Bar
Central”)
¿Por qué
habrá utilizado Coqui ¨aguarrás¨ en el último verso? ¿Tan ácida era la música
de Di Sarli? ¿Tanto les despintaba el mate a los tangueros bahienses? ¡Era
yeta, che!, habría dicho el viejo. ¡Pero qué músico el señor del tango…!¨.
Coqui Soulé
vivió su existencia entre gloria y derrota. Alto, muy alto en sus voces;
dificultoso en su tránsito físico. Aquí nació y nunca salió de Punta Alta. Aquí
murió, olvidado por los que nunca le dieron importancia. Pero por aquí anda
todavía. Ahora se enseñorea caminando entre nosotros, abandonada su silla,
feliz de que lo contemplemos y de que compartamos este momento con él.
(Artículo publicado en el blog denominado
“diáspora sur”, del escritor capitalino Carlos Cartolano, con quien nos une,
además de la admiración recíproca y por Coqui, el proyecto de publicar su obra
completa).
Algunos poemas de “Coqui”
Soulé Tonelli
Del poemario “Tango Abierto”
De Septiembre
-I-
Arco
voltaico, azul de tu sonrisa
En el
magicolor falseado de la tarde.
Heterogeneidad
casi sin diferencia,
la ciudad
deambulaba con ese aire
entre
despreocupado y afanoso
particular
de estas ciudades,
cuando te
aproximó hacia mí ya no recuerdo
cuál de sus
francas caudalosas calles.
Todo yo me
volé por las pupilas
en pos de
tus flamígeros dedos imanes.
A las
vocinglerías del tránsito babélicas
le entregué
mi vacío fantoche, no obstante.
-II-
Lo de
entonces pasó, ensoñativa
transeúnte
de septiembre. Bien lo sabes.
Hoy,
empero, me sueltas tus mastines
de la
búsqueda. ¡Dios quiera que no me halles!
O que sea
(si es ley que debe ser,
puesto que
uno no ha eludido nunca a nadie)
Cuando de
mí no quede ni siquiera
El mínimun
más mínimo de carne.
1954.
Del libro “De Paso y el Libro del Crucifijo”
Relación de Flor y Viajes
-I-
Sobre la
mesa de pino
hay un
mantel derramado;
sobre el
mantel, un jarrón
y en este
jarrón, un ramo
o, mejor
dicho, una nube:
florecitas
de durazno.
Cuando ella
llegó a la vida,
iba el por
los quince años
o, quizás,
los diecinueve
(da lo
mismo para el caso),
y salió a
correr el mundo
con los
ojos desvelados,
muy
abiertos al asombro
cual si
asistiese a un milagro.
-II-
Sobre la
mesa de pino
Está el
mantel derramado;
sobre el
mantel, el jarrón
y en este
jarrón, un ramo
o, más
bien, el estallido
de claveles
encarnados.
Cuando
llegó el forastero,
ella
cumplía quince años,
y el
frisaba ya los treinta
o, quizás,
los treinta y cuatro.
Cuando
llegó el forastero,
se lo quedó
ella mirando,
él dejó que
el vals girara
en el fondo
de su vaso.
-III-
Sobre la
mesa de pino
hay un
mantel derramado;
sobre el
mantel, un jarrón
y en este
jarrón, el ramo
o, mejor
dicho, la nieve
sideral de
los naranjos.
Cuando volvió
el forastero,
ella se
estaba casando;
burbujeaba
la alegría,
y ella
radiante en el patio
ni notó
cuando el partía
pues
siempre andaba de paso,
perdido en
los remolinos
de su vino
solitario.
Del libro “Cantos hacia la Épica”
Parte -III- El Dictador –
Letanías de viento al Ilustre Restaurador
Por
caballos perdidos en el viento
cae tu
memoria con sabor a viento,
trotan tus
ojos del color del viento.
Desde las
pampas con olor a viento
-emplumada
la pluma de los vientos-
a las
provincias les compraste el viento.
A los
franceses les cortaste el viento,
a los
ingleses les paraste el viento:
en Obligado
encadenaste el viento
y nos
dejaste en posesión del viento.
Pero
vinieron unitarios vientos,
pero
vinieron brasileros vientos
y nos
pusieron de perfil el viento,
y
dispersaron nuestros cuatro vientos…
Tú desde
Southampton pulsando el viento,
por sobre
las cenizas del gran viento,
retornarás
para empuñar los vientos
como un
ramo de lanzas hacia el viento
abiertas en
la rosa de los vientos.
Y nos
devolverás los cuatro vientos.
(Sueltas
las riendas y la crin del viento
a corcovo y
bufido suena el viento).
La Pampa Estaqueada
El
horizonte ya ha cerrado
su
congestión de aves rapaces.
Planeta de
pecho tatuado,
aceza la
pampa que yace.
En niebla a
los lejos tendidos
diluye sus
miembros el aire:
soltó su
cabello la danza
polar hacia
las tempestades.
Sujeto su
paño crispado
mantiene el
sudoeste en el Ande,
en tanto un
tobillo desangran
azules
vertientes fluviales.
Riñón
siderúrgico, –encienden
neurálgicas
flores de sangre
las urbes
insomnes con fiebre
voraz de
albas artificiales.
Pues no es
tiempo aún que remonte
su vuelo de
aromas triunfantes
el canto
del sur donde un Dios
parece al
andar agacharse.
Ya habrá
ese Dios en las narices
su vasto
ciclón de soplarle;
¡entonces
la arcilla del gaucho
veremos de
nuevo animarse!
Por ahora
Dios sólo le pide
al oído a
la pampa salvaje,
no que
venza -le musita- pero
no dejarse
vencer, no dejarse…
Hundida en
olvido y escarnio,
fecunda de
ciegos estambres,
¡ah, pampa
del sur cuando yerga
su talla en
un potro rampante!...
Del libro Versos para mis Sobrinos Nietos
Bagatelas Letales
“El verso y
el tabaco provocarán tu muerte”,
me dicen, y
respondo que de algo hay que morir.
Son mis dos
fieros vicios, ¡a cuál de ellos más fuerte!,
pero sin
esos vicios ¿a qué cuernos vivir?
“No tengo
vicios chicos como Venus o Baco”,
cantaba
Castellani, un Santazo, a mi ver;
pero nada
más que éstos: el verso y el tabaco,
aparte de
la timba, el vino y la mujer.
Para hacer
cada verso, si no acabo tres pipas
de fumar
por lo menos, no logro inspiración…
Es cierto,
toso luego y escupo hasta las tripas,
pero mejor
que un verso es perder un pulmón.
Que me
perdonen Cristo y la Virgen María:
el verso y
el tabaco no me dejan rezar,
pero yo les
confío mi oración noche y día
en el canto
y el humo que prodigo al azar.
De la Antología Centenario
Estoicismo
Pienso en
Leopoldo Lugones,
gladiador
inmortal.
Alguien
alguna vez dijo
“se quitó
la vida”;
pero ese
tal mentía.
Lugones
lo que hizo
en verdad
fue
deshacerse del cuerpo, compañero,
molesto e
indiscreto;
sacárselo
de encima
como quien
se despoja
de un
abrigo de piel de asaz pesado,
nada más.
Porque la
vida empieza pero
jamás se
acaba.
El tiempo
es otra cosa.
Del libro “Convergencia”
Cueca
Si tengo un
cielo tan claro
de sol,
buen vino, áureo pan,
¿cómo no
cantar alegre
cuando paso
por San Juan?
Si bajo
álamos provectos
me espera
una buena moza,
¿cómo no
bailar la cueca
cuando voy
para Mendoza?
Y entre
aguas rotas y palmas,
¿cómo no
rasguear feliz
las cuerdas
de mi requinto,
si ando
soñando en San Luis?
¡Repíquele,
pues, a Cuyo
mi corazón
es el suyo!
Sergio Soler.
Escritor, docente, periodista, traductor, corrector estilográfico. Ha publicado
sus obras en libros, antologías nacionales e internacionales, diarios y
revistas nacionales, blogs. Ganador de certámenes literarios nacionales e
internacionales.
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