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Bienvenida



Necesitamos compartir, necesitamos comprender, y solo podemos hacerlo mediante la palabra y toda otra forma de comunicación gráfica, gestual; que ingrese por nuestros sentidos, que emitan nuestros labios, nuestras manos, el cuerpo todo.

Para nosotros, para las personas, la comunicación fundamental, principal, se realiza por medio de la palabra, sea oral o escrita. Vivimos en un océano de palabras y señales comunicativas y la falta de ellas es como la falta de oxígeno a la vida. Sin ellas empobrecemos y en soledad podemos llegar al extremo de morir por ausencia de comunicación que en definitiva es ausencia de cariño, de amor; porque el opuesto, el odio, o simplemente la indiferencia, no permiten las palabras, no permiten la conexión, la comunicación. Solo se comunica, solo se habla cuando se desea comprender, cuando hay un principio de amor. Para ello, para compartir y comprender proponemos estas TARDES DE MATE Y CUENTOS; en ellas trataremos de alimentarnos de palabras, conocerlas y reconocerlas para llegar a tener una mejor comunicación, una riqueza y soltura del lenguaje.

Antonio G. Guzzo


miércoles, 6 de agosto de 2014

Bahía Blanca – Bs. As. - Argentina









Del Poemario titulado “Cardinales”

(De los puntos cardinales)
I - Australes

La vastedad…
El viento, permanente e inmanente.
Dos horizontes. El de adelante, telúrico
                          El de atrás, verdeazulmarino
La Cruz del Sur, arriba. El ángel guardián.
Y nuestros pies prestos a pisar
                          arena
                                   lodo
                                          piedra
                                                    tierra santa.

Esta geografía austral somos.


II – Sur

El Sur insiste.
Se empeña en imponer presencia.
No se agazapa en los rincones                             porque no los tiene
de tan grande que es                                            entre el mar y la montaña.
Se estira hasta dolernos.
Y en su ventosa reciedumbre muestra más que
la belleza abrumadora, silente, fantasmagórica.
Esa que estuvo antes de nuestras pisadas y permanecerá al fin de la finitud.
El Sur tiene una cruz y el frío y el viento y el futuro.
El Sur nos apuntala,
Nos desabriga las pieles y las almas,
Para recordarnos nuestro lugar en el mundo,
para volvernos a la conciencia de la pequeñez
y amigársenos lacónicamente.
El Sur, cabeza dura, está al alcance de nuestras manos y pies
Obligándonos a repensar la argentinidad.
Insiste el Sur. Como un poema al acecho.
Siempre… 

III – Norte

Cada tanto el Norte, casquivano,
baja a mi Sur de intemperie
y me aroma de albahaca, poleo, tomillo, cedrón y otras salvajes verdades frutales.
Me trae desde arriba esa entremezcla de mistol y aloja
y repiquetea una chacarera legüera
para espolear mi malambo cansino.

El Norte inunda historia de batallas y revoluciones
que se quedan aquí,
entre nuestras leyendas no escritas porque las borraron vientos militares.
El Norte
dibujado de tantos árboles y montes
parece apretarse y apretarse contra este Sur de espera.

Entonces lo monta en pelo, le deja al Sur el derecho del bufido
y parte rampante en galope incierto y desenfrenado
hacia un cielo festivalero.
Juguetea el Norte, impaciente, porque sabe que el Sur lo contiene.
Hay un ramillete norteño de colores, calores, selvas y bestias
que no claudicarán ni siquiera ante la muerte,
si es que la muerte significa el fin,
en un Norte infinitamente vivo.

---

(De las mujeres cardinales)
I

Ella pulsó cuerdas recónditas
y mis alas volaron mediterráneas,
                               índicas,
                               atlánticas,
                               pacíficas,
                               bálticas…
Apisonó el ansia germinal y entonces me afiancé molino.
Pero fueron sus palabras azules las que obraron el conjuro:
el de ser hombre-raíz-tierra
y pez-pájaro-distancia.
Con un solo alma para tanto continente.

II

Este domingo de piel con piel
avizora futuros remansos a tu lado irrenunciable.
Este domingo anclado a tus piernas
desbarata cualquier zozobra
y me hace hombre y más hombre.
Este domingo de alientos entremezclados
revive el origen de todos los orígenes.

Mientras tanto,
cada gota de amor se esfuma y nos subleva
pero cada gota de amor se infunde y nos agiganta.

Este domingo, sumatoria de todos los domingos amantes,
es finalmente nuestro.


Ponencia-Soler

En homenaje a Héctor Pedro Soulé Tonelli

Introducción

   ¡Qué se puede decir, criticar o analizar de la obra de Coqui Soulé Tonelli que no haya sido hecho por colegas suyos de La Argentina y hasta de otros países!
   Nombrar a Soulé Tonelli --al que todos identifican como “Coqui”, el apodo familiar que se ganó cuando aconteció su desgracia física que lo transformó en un “cuquito”-- es epitomizar la poesía local (del partido de Coronel de Marina Leonardo Rosales, en el sur de la provincia de Buenos Aires) proyectada a todo el país y el continente porque es uno de los grandes, sino el más grande, de los autores rosaleños. Pero vamos a decir uno de los más grandes solamente a sabiendas del enojo que el propio Coqui tendría si se enterara de tal calificación.
   De hecho le tocó contemporizar con otros grandes de la literatura bonaerense como don Aristóbulo Bambill, don Carlos Vázquez Guerrero, (todos se han referido a ellos con este título de respeto), Nelly de Miras, Vio Rivera, Eleonora Muradás de Sandrini, Nilda Sisul.
   Varios libros y poemarios publicados hablan por sí mismos de la fructífera obra literaria de este escritor discapacitado a quien la quasi-inmovilidad no le impidió conocer el mundo, y escribirlo y describirlo solamente como un poeta cabal puede hacerlo.
   “Conmociones del Éxtasis” --su opera prima a la que aborreció y después de publicada borró de todos sus catálogos biográficos--,“Tango Abierto”, “Cantos hacia la Épica”, “De Paso y el Libro del Crucifijo”, “Versos Para mis Sobrinos Nietos”, “Convergencia”, “Paso de Dos”, entre el material publicado, más una gran cantidad de antologías con trabajos de su autoría, más una frondosa colecticia de poemarios inéditos, más una inestimable colección de escritos, ensayos, tratados y cartas, más una permanente predisposición hacia el arte de las letras hacen de Soulé Tonelli el autor más importante, al menos en la segunda parte de este siglo en nuestra ciudad y la región.
   Lo certifica la correspondencia, que comprende a las críticas y dedicatorias de colegas suyos de la talla del Padre Leonardo Castellani, el anatematizado jesuita autor de inolvidables cuentos policiales; de don Arturo Jauretche, autor, entre otras obras del más que necesario “Manual de Zonceras Argentinas”; de los historiadores, críticos y ensayistas Luis Soler Cañas y Fermín Chávez; del poeta Horacio Castiñeira de Dios, alguna vez director de la Biblioteca Nacional Argentina; del excelso bandoneonista y compositor Astor Piazzolla; y de tantos artistas de renombre.
   Héctor Pedro Soulé Tonelli, además, ha compuesto la letra de temas folklóricos, de canciones religiosas y de tangos, varios de ellos musicalizados y de arraigo popular. Se destaca entre ellos, una cantata titulada “Punta Alta, Ciudad de mis Desvelos”, obra oportunamente orquestada y arreglada para su interpretación con coros y distintas formaciones musicales.
   Su obra de alto contenido filucial, con el amor de Dios ante todo, refleja esencialmente la felicidad por la vida aun a pesar de tanto sufrimiento como en su caso, de la que no escapa, por supuesto ni el patriotismo, ni la defensa del acervo nacional, ni el compromiso político.
   La cultura rosaleña en particular, y bonaerense y nacional, en general, han conseguido que alguna vez existiera una casa entronizada con el nombre suyo. Los vaivenes políticos y las malas administraciones del área de cultura propiciaron tanto la desaparición de su casa como de su nombre.
   Pero la memoria la memoria popular ya lo ha incorporado como aquel chico que iba a la infaltable cita de la misa de los sábados por la tarde llevado por sus padres.
   Apenas por estas razones este homenaje es más que merecido.


Desarrollo

(Discurso presentado en ocasión del estreno de su obra musical, la cantata “Punta Alta, ciudad de mis desvelos”, musicalizada por el maestro Alberto Tramontana)

   El 21 de febrero de 2002 “Coqui” Soulé Tonelli hubiese cumplido setenta y un años uno de los poetas más grandes del país, Héctor Pedro Soulé Tonelli. La consideración de grande no es una exageración si se accede a su prolífica obra.
   Ocurre con "Coqui" -éste es el cariñoso mote que se supo ganar  desde el instante mismo de su nacimiento y con el que lo llaman quienes lo conocen-, que ha sobrellevado el tremendo estigma común a muchos otros escritores, muchos más de lo que los lectores de este artículo se imaginan: ha nacido y vivido en el interior del país.
   No es un autor que ha publicado en las editoriales capitalinas y su rostro difícilmente sea visto en la televisión o en algún medio gráfico, algo que, por otra parte a Coqui no le interesa en demasía. Es más, Coqui no ha visitado nunca a Buenos Aires. Jamás salió de su Punta Alta natal. En realidad, pocas veces salió de su casa. Apenas los sábados por la tarde para ir a misa, para alguna fiesta familiar o para encontrarse con amigos. Desde la muerte de sus padres, no ha cruzado la puerta de entrada.
    Sin embargo, lo ha sobrellevado con dignidad y hasta con orgullo, siguiendo el ejemplo de su entrañable amigo, el padre Leonardo Castellani, también condenado al ostracismo. ¡Qué injustos hemos sido a veces los argentinos!
    Se reconoce en la obra literaria de Coqui un eje temático alimentado por cuatro vertientes claramente identificables: la política, y su sincera adhesión a los postulados de Juan Domingo Perón y al ideal justicialista; La Patria, y especialmente la cuestión del caudillaje sobre la cual Coqui es uno de los eruditos; la familia y,  por sobre todo, su compromiso con la Fe y la Iglesia Católica Apostólica Romana.
   La doctora y licenciada en letras de la Universidad Nacional del Sur, Mercedes Paglialunga de Tuma, docente, doctora en letras de la Universidad Nacional del Sur, profesora erudita en literatura española medieval y otra gran poeta que integra las huestes de los escritores desconocidos; y el historiador Fermín Chávez, coincidentemente han dado en llamarlo "El poeta de la Patria", y así se lo reconoce por su obra en varios países latinoamericanos y europeos,
   No obstante, Coqui descree de estos elogios y se solaza con la lectura de algún libro de su inapreciable biblioteca o con el ritmo de algún tango o pieza clásica, también de su colección, al tiempo que saborea una medida de buen vino tinto, ya que el placer de la pipa le fue negado después de su infarto.
   Dada su condición, hay que darle vuelta las páginas cuando avisa que ha terminado de leerla, o estar atento a la culminación del disco. Al vino, como a la comida, hay que empujárselo. Y, de tanto en tanto, cambiarlo de posición. Pero ésa es otra cuestión.
   Su primer libro, titulado CONMOCIONES DEL ÉXTASIS --que el propio Coqui nunca quiso--, publicado en 1958, inició un rosario de poemarios de trascendencia inigualado en la historia puntaltense. Ese mismo año presentó TANGO ABIERTO, que apenas pudo calmar su pasión por la política, por cuyo compromiso también tuvo que pagar las culpas propias y ajenas.
   Casi veinte años después, en 1977, produjo DE PASO Y EL LIBRO DEL CRUCIFIJO, y en 1983, CANTOS HACIA LA ÉPICA, que lo reencontraron con su público. Posteriormente, presentó dos obras en co-autoría con sus pares y amigos: CONVERGENCIA con Sergio Soler (1988), y PASO DE DOS, con la poeta y artista plástica VIO RIVERA, (1992).
   Con mucho esfuerzo, como casi siempre ocurre con los escritores del interior del país, regaló a los suyos el poemario titulado VERSOS PARA MIS SOBRINOS NIETOS, en 1988.
   Además, muchas de sus obras ocuparon el espacio de los suplementos literarios de los diarios La Nueva Provincia y La Nación, entre otros, y en revistas de alcance provincial y nacional. Para los memoriosos, firmaba una columna de la revista Vosotras, muy conocida en las décadas del 60 y 70.  
   Esta sucinta relación no contempla la innumerable cantidad de composiciones folklóricas, tangos --en este caso existe un registro discográfico originalmente en formato cassette y posteriormente como disco, grabados e interpretados por profesionales-- y canciones religiosas, que actualmente se cantan en las misas; ni sus guiones para programas radiales, ni sus composiciones para actos oficiales; ni sus estudios y ensayos políticos, históricos y filosóficos.
   Algún funcionario local, provincial o nacional, para el caso es lo mismo, cada tanto se acuerda de Coqui, especialmente cuando se acercan las elecciones. Alguna vez fue reconocido por la Sociedad Argentina de Escritores, pero de una filial y no de la casa central y alguna otra vez  se lo premió a nivel local, regional, nacional e internacional, pero como se dijo anteriormente y en cumplimiento de la siempre vigente bíblica sentencia de que nadie es profeta en su tierra, muy pocos saben de su existencia.
   Acaso lo más lamentable de esta situación es que ninguna, absolutamente ninguna obra de Coqui sea leída, al menos como información, en las escuelas puntaltenses. Pedir que su obra esté incluida en los programas de estudio de las escuelas del distrito, como lo permite la legislación educativa bonaerense, ha sido hasta ahora una expresión de deseo.
   A sus jóvenes setenta y una años, Coqui espera resignado "a la maldita muerte que no lo viene a buscar" y cada tanto charla con su amigo Jesús en diálogos que duran hasta cuatro días ininterrumpidos.
   Quizás antes de partir hacia ese Cielo que se tiene bien ganado alguien se avenga a editar y difundir sus obras completas. Mientras tanto, Coqui --ese cuquito que los puntaltenses veían sacudirse frenéticamente en la misa de los sábados (porque se me olvidó mencionar que sufre de una profunda discapacidad desde su nacimiento)-- subsiste como "el hombre que está solo y espera" de su admirado Scalabrini Ortiz, sentado en ese carrito con ruedas, su único contacto con el mundo.

Lic. SERGIO SOLER.-
Punta Alta
  
(de un artículo solicitado por un diario de Río Negro, que, por supuesto, no fue publicado. Un refrito de este artículo se publicó finalmente en mayo de 2001, a pocos días del fallecimiento de Coqui Soulé Tonelli).

HECTOR PEDRO SOULE TONELLI
(del libro DE PASO Y EL LIBRO DEL CRUCIFIJO - 1977)


Cuando supe que mi entusiasmo por dar a publicidad la obra del poeta Soulé Tonelli, o como siempre se lo llamó ¨Coqui¨, terminaría en esta ponencia de Maratónica puntaltense… revisé mis convicciones al respecto. Y como suele suceder siempre los recipientes espirituales se abren, realizan sus inventarios y brindan sus resultados espontáneamente, sin demasiados avisos. Quizás un breve sueño, un incompleto ensayo antes, para finalmente desembocar en la mirada totalizadora. Por lo que, alumbrado por esa certeza, recién esta mañana me puse a escribir esta versión definitiva.
Me había preguntado por la naturaleza del poeta. Y como la primera respuesta consistió seguramente en que el poeta vive intensamente, habrá sido necesario preguntar qué…, cuando no se cuenta con un cuerpo que responda a la intensidad vital… ¿Qué, entonces? Porque éste era el caso de nuestro poeta, cuadripléjico, sin control ni sobre sus extremidades, ni sobre su cuello. Puro progreso del espíritu, pura evolución del alma, será entonces la respuesta. Y desde una silla de ruedas, limitado y sometido por su cuerpo, poetizando como es natural sólo desde el alma.
Busqué ejemplos. Recordé a nuestro Florencio Balcarce, con sus pulmones perforados; pero en él la enfermedad fue fulminante dejándonos a sus veinticinco años y con muy breve obra. No es el caso de Coqui, que vivió una larga vida y nos legó una obra importante, que esperamos ver publicada íntegramente. Después recordé a Rimbaud, con su cáncer de huesos, su pierna amputada, sus restantes miembros contagiados rápidamente precipitando una muerte dolorosísima. Pero es que el niño terrible escribió hasta apenas pasados sus veinte años y después se transformó en un comerciante africano que de sus delirios poéticos sólo mantuvo un harem de esposas, una de cada raza y color. París seguía revolucionado por su poesía y él se ocupaba de comercializar armas, para volver sólo cuando no pudo caminar más.
Además, Balcarce y Rimbaud viajaron intensamente, sobre todo el último, mientras que Coqui nunca salió de Punta Alta. Nosotros nos fuimos, hicimos nuestro tránsito cosmogónico cargando su historia, mientras él estaba aquí. ¿Esperándonos?
Segunda mitad de la década del cincuenta. Libertadora o ¨libertadura¨. Resistencia peronista. Gobierno de Frondizi, después. Yo estoy por entonces muy frecuentemente en la cortada 2 de julio, ya que allí viven, casa de los Peña de por medio, mis primos Leroy junto a la familia Soulé. Lo veo a Coqui casi diariamente. Hemos comenzado a conversar con frecuencia desde que mi tía soltera hermana de mamá ha comentado que ¨este chico está gran parte del día encerrado escribiendo¨ y que ¨lo que escribe es bastante raro y difícil de leer¨. ¨Este chico¨ era yo. Son salmos de mis doce y de mis trece años. Salmos como los que el propio Coqui escribe. Claro que los de él SON SALMOS. Y los míos son torpes intentos de salmos.
¿Así que vos escribís?, me pregunta Coqui desde su silla, poco antes de que su papá lo suba alzándolo al Fiat 1100 gris y celeste, último modelo por entonces…
Sí, le contesto con el entusiasmo que transmite la fama inesperada. Y al mismo tiempo, compartiendo la mezcla de impresión y piedad que producía en todos la imagen del cuadripléjico sacudido por la espasticidad permanente. Me gustaría traerte algo para que lo veas, agrego.
Me siento en los sillones de cuerina verde del living de los Soulé. Voy leyendo texto tras texto y espero la devolución de Coqui. A él lo han alzado de la silla y lo han puesto en uno de esos amplios sillones, donde evidentemente se siente mucho mejor. Entonces hay dos especies de reacciones en el poeta. Preguntar por alguna palabra, por algún verso, por lo que yo quise decir con determinada línea, o el entusiasmo con bruscos movimientos de cuello y brazos. Esta última reacción es la que invita a reincidir en la escritura y en las lecturas al maestro.
Todos hemos tenido un primer maestro. El mío fue de lujo, aunque sólo lo supe años después. A comienzos del sesenta y uno me mudé a Buenos Aires. Pero los salmos siguieron brotando; yo, por entonces albergaba sentimientos místicos y el proyecto de consagrarme al sacerdocio. Y en los veranos de años siguientes volví a Punta Alta porque aquí estaban todavía mis mejores amigos, Adrián Tucci sobre todo, que aún es mi gran compañero, Juan Carlos Confini y Julio César Ayala Torales, también. Y en esos febreros calurosos, vuelto de la pileta o de la playa, me sentaba con Coqui a conversar de poesía, le leía mis cosas, después de dar unas cuantas vueltas, con algún pudor, con mucha timidez. Y él se preocupaba entonces por demostrarme que yo estaba en camino… En camino.
Yo procedía entonces de lecturas ingenuas, antes por mi escasa capacidad de comprensión que por la profundidad de las plumas. De Saint-John Perse, de Herman Hesse, de Rimbaud, en el mejor de los casos, pero también de Papini y de Escribá de Balaguer. Todos cabían en la universalidad y en la generosidad del poeta, en ese escucha de gran resistencia, en el estimulador profesional.
Andando los años me di cuenta de que yo había sido una compañía para él, que lo había ayudado aunque más no fuera un poco. Que difícilmente Coqui podría encontrar chicos o jóvenes de quince o veinte años menos, que lo distinguieran como maestro, que se franquearan con él, que no le tuvieran miedo o aprensión.
Después se vivieron años difíciles. Comprobé que mis elecciones eran gravosas, como muchos de mi generación sintieran en carnes propias. Supe de Coqui por un par de poemas suyos publicados por un suplemento literario. La poesía y la historia hacían por entonces una simbiosis sumamente peligrosa; juntas, hacían explotar la santabárbara.
No volví más a Punta Alta, hasta ya comenzado 1973. Y entonces estuve presente en dos dimensiones. Una: la del joven confundido que condena todo lo que en los pobres parámetros de su definición no es revolucionario. Y otra: la del observador proyectado hasta sus cincuenta años que comienza a escribir la novela de su vida. Y que extrañamente parece haber vivido siempre en Punta Alta.
Coqui Soulé era entonces un personaje importante, insoslayable en la pictografía popular, formador de la conciencia cívica. Y aunque nunca se había sentado en El Central, en mi novela apareció compartiendo una de las mesas con Quique, el puntaltense aporteñado; Luisito, el revolucionario del PRT que no puede sino condenar el nacionalismo como derecha extrema, y Esteban, el peronista de principios que brega por la unidad del movimiento desde la CGT de los argentinos.
¨… Era un tipo brillante. Muy enfermo, aceptaba las complicaciones que le imponía su cuerpo encabritado y dolorido. Entusiasmado con todo proyecto lírico o histórico que le pasara cerca. Muchos lo miraban con pena al verlo pasar en su silla, conducido por su papá, que tenía una pierna dura, resabio de un accidente en la base, o como hoy, por su mamá.
Pero por sobre todo, era impune. Los cancerberos de la fusiladora decían haberle comprobado mil y una conspiraciones contra el poder constituido por la fuerza, pero jamás habían podido conciliar su espasticidad con la cárcel. Cuando iban a buscarlo, la mamá se ponía a vociferar contra estos peronistas amigos tuyos que van a lograr que vayas preso, pero él se mantenía sereno, seguro de que aunque civil puntaltense, era raramente intocable (…) Claro que era un nacionalista esclarecido, como diría Esteban. Atrás habían quedado los tiempos en que se sumara románticamente a los jóvenes católicos sedientos de acción que habían fundado la primera Tacuara. Aunque Luisito no se diera por aludido de ese paso inexorable del tiempo, de que los colores cambiaban porque envejecía la tela o porque se añejaba la bebida noble (…) Al salir del Central, Quique fue marcando el compás tanguero con los pies. En sus oídos sonaban los versos del Coqui Soulé, fuertemente sustantivados, casi sacramentales, de alto vuelo:

“Evoco aquel que fuera su tablado
y que tenía un aire de balcón,
al son de cuya zurda en el teclado
volcó Di Sarli el aguarrás de su canción”.

                                                                 (Del tango “Bar Central”)
¿Por qué habrá utilizado Coqui ¨aguarrás¨ en el último verso? ¿Tan ácida era la música de Di Sarli? ¿Tanto les despintaba el mate a los tangueros bahienses? ¡Era yeta, che!, habría dicho el viejo. ¡Pero qué músico el señor del tango…!¨.
Coqui Soulé vivió su existencia entre gloria y derrota. Alto, muy alto en sus voces; dificultoso en su tránsito físico. Aquí nació y nunca salió de Punta Alta. Aquí murió, olvidado por los que nunca le dieron importancia. Pero por aquí anda todavía. Ahora se enseñorea caminando entre nosotros, abandonada su silla, feliz de que lo contemplemos y de que compartamos este momento con él.

(Artículo publicado en el blog denominado “diáspora sur”, del escritor capitalino Carlos Cartolano, con quien nos une, además de la admiración recíproca y por Coqui, el proyecto de publicar su obra completa).

Algunos poemas de “Coqui” Soulé Tonelli
Del poemario “Tango Abierto”
De Septiembre

-I-
Arco voltaico, azul de tu sonrisa
En el magicolor falseado de la tarde.

Heterogeneidad casi sin diferencia,
la ciudad deambulaba con ese aire
entre despreocupado y afanoso
particular de estas ciudades,
cuando te aproximó hacia mí ya no recuerdo
cuál de sus francas caudalosas calles.
Todo yo me volé por las pupilas
en pos de tus flamígeros dedos imanes.

A las vocinglerías del tránsito babélicas
le entregué mi vacío fantoche, no obstante.


-II-

Lo de entonces pasó, ensoñativa
transeúnte de septiembre. Bien lo sabes.

Hoy, empero, me sueltas tus mastines
de la búsqueda. ¡Dios quiera que no me halles!
O que sea (si es ley que debe ser,
puesto que uno no ha eludido nunca a nadie)
Cuando de mí no quede ni siquiera
El mínimun más mínimo de  carne.

                                                                                    1954.

Del libro “De Paso y el Libro del Crucifijo”

Relación de Flor y Viajes

-I-

Sobre la mesa de pino
hay un mantel derramado;
sobre el mantel, un jarrón
y en este jarrón, un ramo
o, mejor dicho, una nube:
florecitas de durazno.

Cuando ella llegó a la vida,
iba el por los quince años
o, quizás, los diecinueve
(da lo mismo para el caso),
y salió a correr el mundo
con los ojos desvelados,
muy abiertos al asombro
cual si asistiese a un milagro.

-II-

Sobre la mesa de pino
Está el mantel derramado;
sobre el mantel, el jarrón
y en este jarrón, un ramo
o, más bien, el estallido
de claveles encarnados.

Cuando llegó el forastero,
ella cumplía quince años,
y el frisaba ya los treinta
o, quizás, los treinta y cuatro.
Cuando llegó el forastero,
se lo quedó ella mirando,
él dejó que el vals girara
en el fondo de su vaso.

-III-

Sobre la mesa de pino
hay un mantel derramado;
sobre el mantel, un jarrón
y en este jarrón, el ramo
o, mejor dicho, la nieve
sideral de los naranjos.

Cuando volvió el forastero,
ella se estaba casando;
burbujeaba la alegría,
y ella radiante en el patio
ni notó cuando el partía
pues siempre andaba de paso,
perdido en los remolinos
de su vino solitario.

Del libro “Cantos hacia la Épica”

Parte -III- El Dictador – Letanías de viento al Ilustre Restaurador

Por caballos perdidos en el viento
cae tu memoria con sabor a viento,
trotan tus ojos del color del viento.

Desde las pampas con olor a viento
-emplumada la pluma de los vientos-
a las provincias les compraste el viento.

A los franceses les cortaste el viento,
a los ingleses les paraste el viento:
en Obligado encadenaste el viento
y nos dejaste en posesión del viento.

Pero vinieron unitarios vientos,
pero vinieron brasileros  vientos
y nos pusieron de perfil el viento,
y dispersaron nuestros cuatro vientos…

Tú desde Southampton pulsando el viento,
por sobre las cenizas del gran viento,
retornarás para empuñar los vientos
como un ramo de lanzas hacia el viento
abiertas en la rosa de los vientos.

Y nos devolverás los cuatro vientos.

(Sueltas las riendas y la crin del viento
a corcovo y bufido suena el viento).

La Pampa Estaqueada

El horizonte ya ha cerrado
su congestión de aves rapaces.
Planeta de pecho tatuado,
aceza la pampa que yace.

En niebla a los lejos tendidos
diluye sus miembros el aire:
soltó su cabello la danza
polar hacia las tempestades.

Sujeto su paño crispado
mantiene el sudoeste en el Ande,
en tanto un tobillo desangran
azules vertientes fluviales.

Riñón siderúrgico, –encienden
neurálgicas flores de sangre
las urbes insomnes con fiebre
voraz de albas artificiales.

Pues no es tiempo aún que remonte
su vuelo de aromas triunfantes
el canto del sur donde un Dios
parece al andar agacharse.

Ya habrá ese Dios en las narices
su vasto ciclón de soplarle;
¡entonces la arcilla del gaucho
veremos de nuevo animarse!

Por ahora Dios sólo le pide
al oído a la pampa salvaje,
no que venza -le musita- pero
no dejarse vencer, no dejarse…

Hundida en olvido y escarnio,
fecunda de ciegos estambres,
¡ah, pampa del sur cuando yerga
su talla en un potro rampante!...


Del libro Versos para mis Sobrinos Nietos


Bagatelas Letales

“El verso y el tabaco provocarán tu muerte”,
me dicen, y respondo que de algo hay que morir.
Son mis dos fieros vicios, ¡a cuál de ellos más fuerte!,
pero sin esos vicios ¿a qué cuernos vivir?

“No tengo vicios chicos como Venus o Baco”,
cantaba Castellani, un Santazo, a mi ver;
pero nada más que éstos: el verso y el tabaco,
aparte de la timba, el vino y la mujer.

Para hacer cada verso, si no acabo tres pipas
de fumar por lo menos, no logro inspiración…
Es cierto, toso luego y escupo hasta las tripas,
pero mejor que un verso es perder un pulmón.

Que me perdonen Cristo y la Virgen María:
el verso y el tabaco no me dejan rezar,
pero yo les confío mi oración noche y día
en el canto y el humo que prodigo al azar.

De la Antología Centenario

Estoicismo

Pienso en Leopoldo Lugones,
gladiador inmortal.
Alguien alguna vez dijo
“se quitó la vida”;
pero ese tal mentía.
Lugones
lo que hizo en verdad
fue deshacerse del cuerpo, compañero,
molesto e indiscreto;
sacárselo de encima
como quien se despoja
de un abrigo de piel de asaz pesado,
nada más.
Porque la vida empieza pero
jamás se acaba.
El tiempo es otra cosa.

Del libro “Convergencia”

Cueca

Si tengo un cielo tan claro
de sol, buen vino, áureo pan,
¿cómo no cantar alegre
cuando paso por San Juan?

Si bajo álamos provectos
me espera una buena moza,
¿cómo no bailar la cueca
cuando voy para Mendoza?

Y entre aguas rotas y palmas,
¿cómo no rasguear feliz
las cuerdas de mi requinto,
si ando soñando en San Luis?

¡Repíquele, pues, a Cuyo
mi corazón es el suyo!




Sergio Soler. Escritor, docente, periodista, traductor, corrector estilográfico. Ha publicado sus obras en libros, antologías nacionales e internacionales, diarios y revistas nacionales, blogs. Ganador de certámenes literarios nacionales e internacionales. 


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