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Bienvenida



Necesitamos compartir, necesitamos comprender, y solo podemos hacerlo mediante la palabra y toda otra forma de comunicación gráfica, gestual; que ingrese por nuestros sentidos, que emitan nuestros labios, nuestras manos, el cuerpo todo.

Para nosotros, para las personas, la comunicación fundamental, principal, se realiza por medio de la palabra, sea oral o escrita. Vivimos en un océano de palabras y señales comunicativas y la falta de ellas es como la falta de oxígeno a la vida. Sin ellas empobrecemos y en soledad podemos llegar al extremo de morir por ausencia de comunicación que en definitiva es ausencia de cariño, de amor; porque el opuesto, el odio, o simplemente la indiferencia, no permiten las palabras, no permiten la conexión, la comunicación. Solo se comunica, solo se habla cuando se desea comprender, cuando hay un principio de amor. Para ello, para compartir y comprender proponemos estas TARDES DE MATE Y CUENTOS; en ellas trataremos de alimentarnos de palabras, conocerlas y reconocerlas para llegar a tener una mejor comunicación, una riqueza y soltura del lenguaje.

Antonio G. Guzzo


sábado, 14 de noviembre de 2009

SUGERENCIA - TERESA PORZECANSKY


http://letras-uruguay.espaciolatino.com/porzecanski/infancia.htm

Infancia
Teresa Porzecanski

No sé exactamente en qué edad nos habíamos perdido ese verano en que repentinamente el mundo dejó de sernos propio. Porque de pronto nos parecieron absurdas las muñecas y entonces, cuando nadie nos veía, les cortábamos el pelo o los vestidos. Nos avergonzaba recordar la escuela, los recreos cargados de Faroleras y de Rondas, los borrones de tinta, el coro, las meriendas envueltas cuidadosamente por las madres y al fin deshechas por el peso de los cuadernos. Pasábamos, en cambio, largas horas sentadas sobre la alfombra roja del comedor sin pronunciar palabra. A veces salíamos en grandes caminatas: Marta exploraba las calles, yo la seguía. Invariablemente terminábamos en la escollera, y allí nos quedábamos hasta que el sol bajaba. Volvíamos, entonces, corriendo, con las rodillas rojas y el corazón encendido, a compartir una cena cotidiana de charlas sobre el tiempo y de televisión.
No sé exactamente, mas recuerdo que nos molestaba el observarnos. Ya no nos servían los viejos vestidos: los espejos reflejaban tímidamente nuestros nuevos cuerpos transformados. El cabello corto de Marta se había vuelto mas rubio y rizado y yo miraba mis trenzas con fastidio.
Corrían los días del verano; había secretos en las cosas. No sé exactamente, mas recuerdo que entonces los juegos dejaron de gustarnos.
Una siesta nos arrimamos por fin al cementerio. Sus muros blancos más de una vez nos habían atraído extrañamente. Los muertos. En casa hablaban de ellos. Y nosotras mirábamos curiosas los entierros y a veces hacíamos guirnaldas con las flores que dejaba caer el carro negro.
Atravesamos la gran escalinata sin preguntarnos mutuamente "tenés miedo". Era la tarde: estallaba el sol en nuestros ojos. Y las lápidas parecían impecables tarjetas enclavadas en la tierra, absurdos tallos que aún en el verano no habían florecido. Anduvimos por los aleros donde los pinos se hamacaban, y las rocas, a su pesar pulidas, se deformaban en grandes monumentos. Nadie había.
-Hay que tener cuidado -dijo Marta- Ésta es la verdadera hora de los espíritus, ¿sabías?.
-No.
-El mediodía. Me lo dijo una vez una gitana.
La miré sin hablar. También yo les temía a las gitanas.
El cementerio se nos aparecía infinito. Hacia un lado, tumbas lujosas con cúpulas y estatuas; hacia otro, simples lápidas anónimas.
Por un costado se abrían grandes jardines donde los árboles eran más densos y más escasas las tumbas. Allí entramos, sorteando los arbustos mal crecidos.
Fue entonces cuando los divisamos. Creo que las dos a un tiempo y creo que ambas ahogamos un mismo grito. A diez pasos de nosotras, detrás de un ancho pino, una mujer reía contra el césped. Y un hombre, a su lado, parecía dormido entre sus brazos.
Retrocedimos a un tiempo. Marta me arrastró entre los follajes y casi sin aliento nos parapetamos detrás de un nudo de troncos. Y nos miramos. Marta susurró:
-¡Silencio! No nos han visto.
-¿Son los espíritus?
-No sé. Ya lo veremos.
Me pinchaban los abrojos; tenía la blusa pegada al cuerpo. Nada se oía. Quizás no nos hubieran visto. Marta se inclinaba para ver y yo, a cada minuto, le preguntaba qué ocurría pero ella me empujaba la cabeza contra el suelo y no respondía. Luego de un tiempo, no pudo más. Se alzó en silencio, me hizo señas de que la esperara y se alejó, parapetándose en los troncos.
Yo esperaba. Ardía el sol de la tarde. Los insectos merodeaban y mis trenzas olían a tierra negra y a humedad. Algunos pájaros rasgaban el silencio y en la espera, comprendí, de pronto, la importancia del tiempo. No había con qué medir las ansiedades: el sol, fijo en el cielo, y las lápidas, clavadas intermitentemente en esa tierra. No había ningún ritmo con que sentir que adelantaba. Entonces, también me incorporé e hice mi camino detrás de los troncos negros. Avancé. Mi corazón golpeaba contra el pecho. Y vi la espalda de Marta recostada contra un pino, y su cabeza, apenas asomando, y detrás, no muy lejos, como charcos de agua alguna vez ya secos, ropas esparcidas por el pasto.
No creo haber hecho ruido. Marta intuyó enseguida mi presencia. Me aferró el brazo y con violencia me zarandeó mientras corríamos. Y corrimos sin aliento entre las lápidas. Caí, volví a caer, y Marta aún no me soltaba. Cuando hubimos atravesado ya la escalinata, nos volvimos. El paisaje había permanecido imperturbable y absurda nos pareció, entonces, nuestra huida. Todavía se hamacaban los ramajes de los pinos, y existía el sol estoico que nos había entumecido.
Caminamos, por fin, lentamente y sin mirarnos. Había comenzado a subir una brisa sutil desde la costa. En los patios abiertos aún jugaban los chicos. Entonces pregunté, por fin, qué eran.
-Espíritus -dijo, pensativa- del amor y la muerte. ¿No sabías?
-No.
-Pues es muy fácil: la pareja, el cementerio. Sólo de lejos asustan.
Era verano y la tarde de calor ennegrecía. Entramos en silencio. Mi madre había encendido ya el televisor con nuestro programa favorito. Esa tarde no lo miramos. Subí a mi pieza; al poco rato, golpeó Marta.
No sé exactamente en qué edad nos habíamos perdido ese verano en que de pronto el mundo adquiría más distancias. Lloramos esa tarde sin miramos y vi alejarse gradualmente la infancia.
Ese verano las cosas se habían cargado de secretos. Sólo de lejos asustan. De lejos.

SALUDOS Y ABRAZOS

7 comentarios:

Cecilia dijo...

Dejar atrás la infancia, llegar a la adolescencia .. esa etapa de desconcierto que golpea a borbotones, es mostrada por algunos autores como "la pérdida de la inocencia".

En este relato, las niñas descubren o intuyen algo: que tanto el amor como la muerte atemorizan .. pero también saben que, ineludiblemente los verán, de cerca.


A partir del enlace que dejaste, Antonio, pude ver otros cuentos de Teresa Porzecansky ( la temática de la niña-mujer aparece en otros ).

Me ha gustado leer este adios a la infancia, muy realista.
Gracias.

Un abrazo.

Malena dijo...

Nunca deberíamos dejar de ser niños, nunca deberíamos perder la magia, los secretos...

Gracias, Antonio por este "feed back" a esa etapa que siempre permanece en nuestra retina, y nos deja lindos posos en el recuerdo...

Os invito a compartir conmigo UN SUEÑO INOLVIDABLE, en mi país de los bosques...

Besos, Abrazos, y momentos dulces en esta semana que comienza!

Malena

María Esther Robledo B. dijo...

Hermoso tema la infancia, donde se mezclan los sabores agrio dulce de la vida.

Me encanta como se suma cada concepto.

¡Bellísima la originalidad de Malena.

Muchísimo he escrito de mi infancia que fue rica en matices como los que aquí pintan.

Comparto con ustedes dos poemas.

Gracias Antonio , gracias a todos por dar vida

Entonces


Entonces niña
el duraznero
en el patio florecía.
Hoy duelen
los ojos vendados.
Castillos de cristal
donde ignore
un mundo en llamas.

Hoy,
amontono sueños
quedaron sin alas,
tardes de caramelos
el juego a la payana,
la pelota prisionera.

¡Qué juegue con nosotros!
¡Dale, apúrate!
¡Tírala!

Tardes de patio empolvados,
jazmines y retamas.
Guardo tus líneas
quisiera renacer tu alma

Éramos jilgueros
que abrían sus alas
¡Qué pronto nos desbandamos
para cubrir las distancias!

Hermoso tema la infancia, donde se mezclan los sabores agrio dulce de la vida.

Fantasma de mi infancia


Una sombra,
tan solo una sombra,
me decía
apretándome toda.
Subía la sábana a mis ojos
buscando el duraznero albo.
De nuevo la imagen surgía.
De nuevo decía es sombra
apretándome toda.

Es sombra
imitando la estatua del juego
cualquier cosa
que el monstruo ignorara.

Es sombra,
el oído a la espera del paso
el corazón en la garganta,
la voz que no llega,
se esfuerza, estalla,
¡mamá!
agua...

Es sombra.

Malena dijo...

¡Sensaciones compartidas, María Esther!

Malena

Cecilia dijo...

Bellos poemas María Esther !

Entonces ..

Sí, cuántas veces evocamos sentimientos, vivencias, ansiedades, gozos! de aquellos tiempos de infancia, lejanos ya..
Los recordamos en cada hecho de nuestro presente al decir, con nostalgia "entonces .."

Juegos e inocencia pura, todos tuvimos nuestros fantasmas..

Gracias María Esther, un placer leerte.
Un beso.

Unknown dijo...

Muy bello el texto de SUGERENCIA - TERESA PORZECANSKY".
Yo creo que las vivencias buenas y no tan buenas de la infancia, serán las que nos hagan ser de una forma u otra en nuestra adolescencia y madurez. La inocencia no deberíamos de perderla nunca. Aun podemos ser niños grandes.
Muy bellos los poemas de María Esther. Creo que aun en la madurez podemos seguir siendo niños y tener esas ilusiones, y verlo todo de colores, y seguir oliendo a Jazmín y retamas. También seguir teniendo otros miedos y pensar que los de la niñez eran eso, miedos infantiles y de adolescentes. Aunque ya no somos niños ni adolescentes, aun podemos enamorarnos de la belleza de la vida, de un amanecer, un atardecer,… De la palabra,… Aun podemos jugar al escondite, y no dejar de ser niños.
A pesar de las trabas y piedras que nos vamos encontrando a lo largo de nuestra vida, hemos de seguir teniendo ilusiones.
Malena muy bonito como escribís, igual que Cecilia. Es un gusto entrar aquí y saber que están ahí.
Gracias Antonio por poner el escrito, ya que nos has dado con ellos alas, e ilusiones para recordar vivencias de la niñez.

Felicitaciones por este espacio donde compartis lectura.

María Esther Robledo B. dijo...

Malena

Esa es la magia de lo que se escribe y lo bonito, sentir que este o aquel siente lo mismo que uno. Gracias

Cecilia
Me encanta tu espontaneidad .Y seguro cada uno tuvo sus fantasmas que nos hicieron las personas que somos hoy, gracias.

Isa.

Me encanto tu propuesta. Ayer iba y venia, quizás nos diseñaban. Hoy podemos dirigir mejor nuestras alas y hacer nacer burbujas de colores cargadas de ilusiones.
Me veo tantas veces encanecida con arrugas hasta el alma.

Maravilloso este lugar, ustedes, sus palabras. Gracias Antonio