imagen del encabezamiento: Yañez
Bienvenida
Necesitamos compartir, necesitamos comprender, y solo podemos hacerlo mediante la palabra y toda otra forma de comunicación gráfica, gestual; que ingrese por nuestros sentidos, que emitan nuestros labios, nuestras manos, el cuerpo todo.
Para nosotros, para las personas, la comunicación fundamental, principal, se realiza por medio de la palabra, sea oral o escrita. Vivimos en un océano de palabras y señales comunicativas y la falta de ellas es como la falta de oxígeno a la vida. Sin ellas empobrecemos y en soledad podemos llegar al extremo de morir por ausencia de comunicación que en definitiva es ausencia de cariño, de amor; porque el opuesto, el odio, o simplemente la indiferencia, no permiten las palabras, no permiten la conexión, la comunicación. Solo se comunica, solo se habla cuando se desea comprender, cuando hay un principio de amor. Para ello, para compartir y comprender proponemos estas TARDES DE MATE Y CUENTOS; en ellas trataremos de alimentarnos de palabras, conocerlas y reconocerlas para llegar a tener una mejor comunicación, una riqueza y soltura del lenguaje.
Antonio G. Guzzo
martes, 14 de abril de 2009
Salvador Salazar Arrué (Salarrué)
La Botija (Cuentos de Barro)
José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera.
Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:
-¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de que los tenés se me olvido!
José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.
-¿Qué quiere mama?
-¡Qués nicesario que tioficiés en algo, ya tás indio entero!
-¡Agüen!... Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.
Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.
-¡Qué feyo este baboso! -Llegó diciendo. Se carcajeaba-; meramente el tuerto Cande!...
Y lo dejó para que jugaran los cipotes de la María Elena.
Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
-Estas cositas son obra denantes, de los agüelos de nosotros. En las arandas se incuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.
José Pashaca se dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.
-¿Cómo es eso, ño Bashuto?
Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.
-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh! derrepente pegás en la huaca, y yastuvo; tihacés de plata.
-¡Achís!, ¿en veras ño Bashuto?
-¡Comolóis!
Bashuto se prendió el puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras.
Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y sus ojos en el surco.
Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando el suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. El no trabajaba. El buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh!" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan al cielo.
Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuero y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, aró desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados.
Pashaca se peleaba las lomas. El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a das aviso en el corazón para que éste cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo productos iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho, por siacaso.
Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de jierro", decían; "ende que le entró asaber qué, se propuso hacer pisto, Ya tendrá una buena huaca..."
Pero José Pashaca no se daba cuenta de que, en realidad tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas , allí por fuerza la incontraría tarde o temprano.
Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba arando por ellos, Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachados y profundos, que se daban gusto.
-¡Onde te metés, babosada! -pensaba el indio sin darse por vencido-: Y tei de topar , aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.
Y así fue; no lo del encuentro, sino lo de la tronchada.
Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dio cuenta de que ya no había botijas. Se lo aviso un desmayo con calentura; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. "Los hallaron negros, contra el cielo claro, voltiando a ver al indio embruecado, y resollando el viento oscuro."
José Pashaca se puso malo. No quiso que nadie lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía ingrimo en su rancho".
Una noche, haciendo juerzas de tripas, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. Se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con brío su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó bien tapado, borró todo rastro de tierra removida; y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas dejó ir liadas en un suspiro estas palabras:
-¡Vaya: pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!...
http://www.geocities.com/ceasol/labotija.html
1 comentario:
Me ha gustado este cuento. Está escrito con palabras del pueblo. Y se ve claramente como en algunos lugares las vasijas de barro son muy importantes. Botijos, cantaros, pucheros... Algo tan simple pero tan necesario para aplacar la sed del campesino, del indio José, que trabaja de sol a sol. Para los indios, es muy importante guardar sus tesoros y por ello José, cuando está muy malito a punto de morirse, con su cuma (Cuchillo corvo para rozar y podar) busqué esta palabra en el Diccionario de la Real Academia Española. Hace un agujero para enterrar la botija y así dar fe de que aun hay vasijas en los campos. La Huaca. Guaca, en el Diccionario de la Real Academia Española: Sepulcro de los antiguos indios, principalmente de Bolivia y el Perú, en que se encuentran a menudo objetos de valor.
Me ha gustado mucho y me ha hecho tirar del diccionario para saber de algunas palabras. A demás está escrito con palabras del pueblo, para que todas las personas entienda.
Publicar un comentario